Al salir, he decidido volver andando a casa por varios motivos. El primero: todavía no me he comprado el ticket mensual de transporte. El segundo: la familia vive a 20 minutos escasos de mi casa. El tercero: hoy disfrutamos de 30º y la ciudad no podía estar más hermosa. Además tengo la suerte de vivir en uno de los barrios con más encanto de la ciudad.
| Zionskirchestr. con la iglesia de Zion al fondo |
Sabéis aquél trozo de la película "Amélie", en la que se siente en total armonía consigo misma y con el mundo a su alrededor? Minuto 4:07. Así me he sentido yo. He sonreído durante todo el trayecto. He contemplado la ciudad que me rodea: sus edificios ruinosos y cubiertos de grafitis, sus tiendecitas hipsters o bio, viviendas híper modernas o casas de más de cien años remodeladas, sus zonas verdes en cada esquina, sus iglesias de ladrillo rojo, sus calles empedradas irregularmente, montones de bicicletas aparcadas de cualquier manera, farolas y paredes cubiertas por cartel sobre cartel sobre cartel, los bares y restaurantes con las terrazas a rebosar de gente, su gente normal y su gente un tanto extravagante... Todo lo que se une para hacer de Berlín una ciudad extraordinariamente maravillosa.
Me he parado en un Späti, me he comprado una birra, y al llegar a casa me he dado una duchita bien fresca para quitarme la arena del parque y el sudor del paseíto. He sacado el sillón de leer al balcón, me he servido la cerveza, y un poco de helado de limón que quedaba por ahí, he cogido mi novelita ligera (que está resultando ser menos ligera de lo que esperaba), he puesto incienso a quemar y me he relajado.
Soy muy feliz.
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